Ser como mi papá, como mis ancestros históricos
En la primera parte de la vida somos protegidos por nuestros cuidadores, tomando en cuenta la familia cisgénero, mamá y papá. Crecemos demandando el trato de los dos, lo inmutable del padre y la dulzura de la madre.
Pero en algún momento, se presenta la pérdida de la presencia y del afecto del padre, en cuanto al varón se refiere; cuando pareciera, que el hombre se enfoca en las mujeres y en su trabajo, en tanto proveedor. «Es un macho» se repite y se castiga, pero no se reflexiona sobre lo que un hombre es actualmente.
¿De dónde viene el término «macho»? No de lo biológico seguramente, ya que se nace hombre o mujer, niño o niña, no macho. Es más bien un adjetivo que se va forjando a través de la vida de un hombre, a través de su formación, dentro de un orden más amplio denominado patriarcal, en el que estamos inmersos tanto mujeres como hombres. Sin embargo, a veces, se busca ser un hombre y no un macho y no encontramos la manera de lograrlo.
¿Cómo se construye un macho?
Generación tras generación de hombres, seguramente se van dando algunos aprendizajes y cambios, con lecciones por parte de los padres, hermanos, amigos y demás. Estas lecciones nos inculcan cómo se debe comportar un hombre ante los demás, pero lamentablemente lo que están moldeando es a un macho, que se normaliza y hasta se valora bien. La familia tiene un papel importante, pese a que cada una tiene lo suyo. Los aprendizajes del padre, la herencia de los abuelos y los ecos de los bisabuelos. Si pensamos, en tanto hombres, este proceso podemos darnos cuenta de que muchas de nuestras actitudes son heredadas y tomadas de manera inconsciente, que se fortalecen con la repetición y el reconocimiento de los otros machos. Si pudiésemos hacer un alto y reflexionar, algo podría cambiar, aunque podemos ser criticados por los demás por no ser cómo se esperaba.
En el proceso de conquista, Bartolomé de Las Casas juzgó a españoles por sus acciones en La Nueva España, a los que consideró mal educados, irrespetuosos y violentos, ya que se dedicaron al rapto y violación de mujeres, entre otras barbaridades. Esta herencia, pudo haber ocasionado que los que sus hijos vieran normales estos actos y no los cuestionaran, en el mejor de los casos. Bartolomé de Las Casas señalaba cómo estos sujetos fornicaban y se unían en concubinato con mujeres de La Nueva España; lo que, ante sus ojos, eran actos atroces y de una estima más que lamentable, sobre todo si adoraban la cruz de cristo. Ojalá que haya habido un mayor rechazo y crítica entre los mismos hombres de la Nueva España.
Esto sembró el símbolo del «macho español» que, al reproducirse en nuestro país, fue dando, como producto, el llamado «macho mexicano» que replicó los actos del padre español que pudo ser de ese grupo que tomó a la fuerza y con violencia, a la madre del primero.
Aún en el México independiente que eliminó el dominio español, los criollos hijos de éstos, buscaron su propia identidad, de la que formó parte el ser hombre dominante, poderoso y controlador de vidas y personas, más si eran mujeres y peor si pertenecían a algún grupo étnico originario. Así continúa reforzándose esta manera de ser de los varones. La revolución mexicana fue un caldo de cultivo para muchos hombres valientes, luchadores, que amancillaban mujeres cuando podían y no los acompañaban sus adelitas, que se podían comportar como hombres, héroes o barbajanes.
Dando un gran salto en la historia, ahora, los varones de hoy pertenecientes a distintas generaciones, podemos pensar a dónde nos lleva este orden patriarcal tan enraizado en nuestras conciencias, en la sociedad. ¿A quién beneficia? Habrá que pensarlo, porque podríamos darnos cuenta de que somos sus prisioneros.
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